Antropología Contemporánea del Paisaje (acdp)
“...No se trata de la destrucción del cine, sino de la destrucción de las formas. Ante todo, desde el comienzo, la destrucción de las formas que me han enseñado, de modo que enseguida he tratado de destruir. Cuando se dice: lávate las manos antes...bueno, pues en el cine, me he propuesto intencionadamente no lavarme las manos. Y luego, también, bueno, eso requiere saber lo que es una mano y lo que es el jabón” Jean Luc GODARD
Antropología Contemporánea del Paisaje (ACP) construye un mundo donde los objetos conservan por un lado su independencia y al mismo tiempo se encadenan unos a otros. A veces hay un orden serial. No siempre. Cuál es el lugar de cada uno de esos objetos desechados, tirados, destruidos, expulsados, que vuelven a componer mundo a pesar de la pérdida del lugar, una y otra vez, en circuitos de uso y desuso que se reiteran y resignifican cada vez en el movimiento de los cuerpos de los bailarines. Es una pérdida y recuperación constante, muy dialéctica: hay un gesto, sucede un movimiento, acontece, aparece, se manifiesta; hay otro, que, a modo de contrario y antítesis, reemplaza y niega al anterior y se apodera de su fuerza guardándolo como recuerdo o cicatriz. Un gesto imprime al otro su fuerza, su lucha entre hacer y deshacer. El lugar es el mismo, el cuerpo es el mismo, el sitio donde se aloja también, lo que ocurre es que cada uno contradice al anterior, lo pone en tensión, se opone y por qué no, lo desplaza. Esto en sí mismo produce algo nuevo. Este desplazamiento tal vez es aniquilación de uno por otro, ya que lo “nuevo” se apropia de lo anterior. Una y otra vez, quedan los rastros, los desechos pegados, adheridos y superpuestos, cada uno fagocitando al previo, y así se va trazando una fuerza alrededor, un entorno de fuerzas y contrafuerzas, cada gesto encerrado en el siguiente y alrededor y antes (el que ya no está) y después (el que va a venir). Encadenamiento de movimientos alrededor y en los objetos esclavos los unos de los otros. Una calle, la vereda, una galería vidriada y transparente y despojada y vacía a la que la mujer con las llaves ingresa desde la calle y con un colchón. Primer habitante de ese territorio tan limpio y en tensión con el afuera. Aséptico versus contaminado. Primeras acciones de un cuerpo que vibra entre el aire vacío del cubo vidriado y la consistencia del colchón, donde rebota, cae y se levanta una y otra vez. Territorio a ocupar. Ocupas. Cuerpo creado entre ahí y acá, pesado, abriendo lugares, apropiándose para tener lugar. Entonces los otros cuerpos. La mujer que amenaza y se apropia revoleando “algo” y barriendo su espacio. Telas, piedras, medias, bolsas, cajas, cartones, desechos que vuelven a ser, a tener lugar, a apoderarse. Guardapolvos blancos, intactos, limpios, de laboratorio. Intersecciones, interfaces, alteraciones, deformaciones. Comunidad. Cuerpos en comunidad. Con volumen, crispaciones, desorden, heridas, caídas, balanceos, ahogos, arriba y abajo, desde ya, basta ya, ahora no, juntos por ahora, sitiados, atrincherados, tejidos, espasmos. Cuerpos tocados por cuerpos, objetos tocados por objetos, cuerpos y objetos tocados por el vacío. Ahí está el territorio donde se despliega el ensamblaje de fuerzas y formas, en la captura del instante de manifestación condenado a su propia desaparición.
“...Los cuerpos siempre en la partida, en la inminencia de un movimiento, de una caída, de una separación, de una dislocación. Una partida es eso, incluso la más simple: ese instante donde el cuerpo ya no está ahí, aquí mismo donde estaba. Ese instante en que deja sitio a la simple dilatación del espaciamiento que él mismo es. El cuerpo que se va se lleva su espaciamiento, se lleva como espaciamiento, y de alguna manera se pone a buen recaudo y se atrinchera en él – pero al mismo tiempo, deja ese mismo espaciamiento <detrás de sí>, es decir, en su sitio, y este sitio sigue siendo el suyo, absolutamente intacto y absolutamente abandonado, a la vez...” (Jean-Luc Nancy, Corpus)
La pregunta vuelve una y otra vez. Hasta dónde puede un cuerpo. Spinoza habla de aumento y disminución de potencia. En ACP se trata de componer, con esta potencia que crece y decrece, un objeto nuevo, el de la obra /site specific/ instalación, que configura mundo, que va más allá de esto, lo otro y lo de más acá. Es la paradoja de estar al mismo tiempo frente a lo que se ve, a lo que se ha perdido y en la anticipación de lo que va a venir, en esta especie de fatalidad: formas que están perdidas en una perspectiva más allá de sí mismas, objetos recuperados, reconfigurados. Las cosas ya no son así, aunque todavía no desaparecieron de nuestra vista y alcanzamos a presentir algo más que está por suceder. Este costado enigmático es su posibilidad poética, el lugar del secreto donde pueden perder su sentido para adquirir todos los sentidos posibles. Algo que hasta recién fue cable, heladera, televisor, bolsa, papel, desecho, se vuelve misterioso. Como los cuerpos, atravesados, arrasados, rotos, fragmentados, sobrevivientes, intensos. Allí habita, deshabitando, desviando, la trama de la obra. Su poética es esta construcción y despliegue de mundo donde algo está allí y al mismo tiempo no está, único y efímero, instantáneo e inestable. Existencia de las cosas invisibles o inexistencia de las visibles. Lo más oculto se ha vuelto lo más manifiesto. Fantasmas que suben a la superficie bordeando los cuerpos, costeando las superficies. Paul Valery: “lo más profundo está en la piel”.
“...Es preciso que nos acostumbremos a pensar que todo visible está tallado en lo tangible, todo ser táctil prometido en cierto modo a la visibilidad, y que hay, no solo entre lo tocado y lo tocante, sino entre lo tangible y lo visible que está incrustado en él, encaje, encabalgamiento...” (Maurice Merleau-Ponty, Lo visible y lo invisible)
Los cuerpos y los objetos, la basura, los lugares, los desechos construyen el instante, un instante complejo que reúne simultaneidades y contradicciones. El relato dramático destruye la continuidad del tiempo encadenado, descompone y fragmenta para volver a componer otro sentido. La paradoja de este puro devenir siempre esquiva el ahora, y sin embargo se instala en el ahora, en el ya mismo. Hay algo del futuro y del pasado, de la víspera y del día después, del ya y del aún no, de la causa y del efecto: gritar antes de golpearse, volver a partir antes de haber partido por primera vez. Una doble dirección del acontecimiento que es siempre dos sentidos a la vez: eternamente el conflicto.
La propuesta de Mariana Bellotto encara el desafío estético de ensamblar diferentes lenguajes y lograr unidad y síntesis de los lenguajes en juego. El arte como comprensión del mundo. Al trabajo artesanal, corporal, sensual del artista con respaldo de materia y energía se agrega el soporte virtual. Un salto, una transición en la relación del cuerpo del bailarín / performer con estos nuevos objetos e imágenes. Ahí se compone una visión de mundo potente. Un movimiento que abre a nuevas maneras de narrar y organizar lo escénico en todos sus aspectos al desplegar un universo poético que implica una nueva manera de transmitir y también de mirar.
“...las imágenes conservan su fuerza activa sólo si se las considera como fragmentos que se disuelven al tiempo que actúan, o decaen rápidamente a semejanza de los organismos vivos, débiles y mortales. Las imágenes poseen un sentido sólo si se las considera como focos de energía y de intersecciones de experiencias decisivas (...). Las obras de arte adquieren su verdadero sentido gracias a la fuerza insurreccional que ellas encierran...” Carl Einstein
La poética es esta construcción y despliegue de mundo donde algo está allí y al mismo tiempo no está. Algo hace que se produzca un acontecimiento en la cabeza, en los sentidos, en el cuerpo y que este acontecimiento sea único y efímero, instantáneo e inestable. Bellotto maneja lo que ocurre entre el mundo de las imágenes, maniobra el mundo del cuerpo y compone la relación que estalla entre ellos. Es allí que provoca nuevos universos. Por supuesto que sí, que se trata de provocaciones, estallidos, sacudidas, explosiones y transgresiones que Mariana conoce y maneja porque sabe que se trata de asumir esos riesgos poco elegantes y de estar en las posiciones menos cómodas y más potentes. Sabe que puede tocar lo real, deshacerlo, romperlo y reconstruirlo. Entiende que el choque es una necesidad en el arte. Desde el principio lo entendió. No creo que sea posible, ni interesante, hacer una ontología de acdp. Casi diría que es un callejón sin salida intentarlo. Ya no entendería de qué estoy hablando. Una vez más Godard, que dice que no hay una imagen sino, por lo menos, dos y tres (no recuerdo exactamente, no estoy citando). Que en general, suele
haber tres y el montaje implica un choque entre dos imágenes y, generalmente, de este choque surge una tercera.
Recurro a mi archivo personal, lo vivido y transitado con Bellotto como artista, que es mucho y potente. Pero siento que es algo construido y censurado, que está lleno de lagunas, que no es neutro ni tampoco ingenuo. Abandono este camino. Aunque me gusta, prefiero que no me moleste lo que ya vi, para poder entrar en contacto directo con lo que veo hoy. Todo eso que puedo llegar a recordar rellenan pliegues y agujeros vaciados. No vacíos sino vaciados. Me faltan las sensaciones y se me parte en dos la experiencia, porque por un lado están bien presentes todas esas sensaciones, pero, por otra parte, también hay extrañas contracciones de momentos donde quedan escondidas cosas que no son actuales y tampoco sé si fueron o las imaginé o las construí. Estas fuerzas, estos momentos y movimientos que permanecen imposibles insisten o se mezclan en y con otros, inscriben sobre las huellas borradas en los cuerpos y se vuelven anacrónicos, a destiempo. Es que las cosas ya no son así, aunque todavía no desaparecieron de nuestra vista y alcanzamos a presentir algo más que está por suceder. Entonces hay esta especie de supervivencia que me permite ingresar en el universo Bellotto, ahora. Que no es poco este asunto de sobrevivir. Y aunque sea por momentos y con lagunas, juntos.